martes, 8 de noviembre de 2011

En las buenas y en las malas

Estoy reviviendo mi blog después de tanto tiempo de no publicar nada. Estoy escribiendo desde Toronto, a donde he viajado para tener una jornada de trabajo en la oficina matriz de mi empresa. Cuando ya prácticamente no me acordaba de estas entradas, me sucedió lo que relato en las líneas de abajo.

Estoy en Totonto, Ontario, Canadá. Vine para una reunión de trabajo y nunca me imaginé que me irían a dar malas noticias sobre un evento que le sucedió a mi papá y del cual aún estoy esperando el desenlace. Sin embargo, así fue. Un correo de Elsa me enteró de que mi papá estaba en problemas este viernes pasado. Por supuesto que mi reacción primera fue la preocupación... y luego la angustia, como de costumbre.  Y también como de costumbre, en los apuros empecé a orar... y después a meditar.

Sin embargo, no era meditación ascética, sino que el evento me puso a pensar en lo frágil que es nuestra vida, en el sentido de que cuaquier movimiento la desbalancea. Y también me puse a pensar en que en estos momentos en los que nos tambaleamos --mucho o poco-- es en donde manoteamos para ver de dónde nos detenemos. Y es en estos momentos en los que se pone a prueba nuestra confianza en Dios.

Aquí es donde me sentí confrontado, porque realmente me es difícil confiar plenamente en Dios,  pensar que todo saldrá bien. Porque ¿y si no sale como lo esperábamos?¿y si hay desbalance económico?¿cómo podemos pensar que Dios camina a nuestro lado cuando nos está yendo mal? Tener confianza en Dios es fácil cuando estamos bien, porque el mismo optimismo con que vemos las cosas nos hace estar cada vez más seguros de que Él nos acompaña; pero cuando las cosas están saliendo mal, no pensamos instintivamente en que Él va con nosotros; al contrario, tomamos nuestras circunstancias como evidencia de que Él ya nos abandonó.

Y en esos pensamientos y esas preocupaciones estaba yo, cuando se me atravesó el Domingo. Asistí a misa a un templo católico que --también providencialmente-- está a dos cuadras de los departamentos donde me alojo. Y los puntos se empezaron a conectar cuando el sacerdote empezó su homilía. Resulta que la lectura era de Pablo a los Tesalonicenses, hablándoles acerca de la segunda venida de Jesús. Y el Evangelio (¿de San Marcos, creo?), se centraba en el estar preparados y en espera, porque viene el Señor (era la parábola de las cinco mujeres sensatas que esperaron al novio con reserva de aceite para sus lámparas y las otras insensatas, que no lo hicieron). Y de aquí se agarró el padrecito para decirnos en forma muy amena varias verdades que me cayeron exactamente en el momento en que las necesitaba.

Dijo primero que desde la antigüedad, los cristianos tenían formas de estar constantemente recordando la cosas importantes, como la muerte. Incluso en algún tiempo los cristianos, en lugar de un ortodoxo "hola", se saludaban con algo así como "te vas a morir", y la contestación era también algo parecido a "tú también"1. Y el sacerdote agregaba: "a mí me hubiera gustado contestar también: 'y ojalá que tú antes que yo' ".  Y esto no debe quedar en el olvido: Jesús vendrá algún día, o iremos a encontrarlo y rendir cuentas, y no sabemos cuándo va a ser eso.

Pero también nos dijo que él sabía de dos formas especiales en las que Jesús venía y se hacía presente entre nosotros: la primera, cuando estamos en dificultades. ¡Téngala!¡primera piedra que me descalabró! Porque nos dijo de muchas personas que tienen eventos desafortunados y van llorando con el sacerdote y se quejan: "Padre ¿por qué deja Dios que me pase esto, si yo tengo veinte años de ir a misa, de servir con un apostolado, de oír su Palabra?" Pero más bien --nos decía-- todos esos años en los que las personas han ido a misa, escuchado la Palabra de Dios, servido en sus apostolados y --eso sería de esperarse--, precisamente ha sido para que su fe se fortalezca y pueda soportar los malos tiempos. Es decir: todos podemos esperar que haya sufrimiento y problemas en nuestras vidas. El estar cerca de Dios no nos garantiza que no tendremos contrariedades en la vida, sino que nos prepara para ser capaces de pasar a través de ellas con la paz en el alma característica del cristiano.

La segunda forma en que Jesús viene, es cuando somos llamados a dar testimonio de nuestra fe. A este sacerdote alguna vez le operaron una hernia y, mientras convalecía en el hospital, él no quería saber nada de nada, según relató. Dijo que el no es bueno para soportar el dolor, y que cuando éste le llega, o la incomodidad de alguna manera, él simplemente trata de distraerse con algo, esperando que se le pase.

--- Ésta entrada la dejé inconclusa en aquél tiempo, pero así la voy a publicar, porque en este momento me hizo bien. Espero que al lector también se lo haga. ---

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